Mociones Destructivas
Hubo una época en la que los parlamentos destituían gobiernos con tanta frecuencia que no les daba tiempo, no ya a gobernar, sino ni siquiera a que tomaran posesión todos sus cuadros. Era también una época en la que a esa inestabilidad política le acompañaba una gran inestabilidad económica y social, tanto que muchas de las democracias europeas de entonces terminaron engullidas por el totalitarismo fascista y solo pudieron ser restauradas tras una guerra mundial. Con la vuelta del constitucionalismo, los demócratas se volvieron más cautos y tomaron medidas para evitar que los partidarios del autoritarismo pudieran seguir usando el argumento de la sucesión continua de vacíos de poder, procesos electorales y gobiernos ineficaces para justificar sus golpes contra la libertad. Así nació la moción de censura constructiva: a partir de su instauración, el único medio para que un parlamento quite a un presidente del Gobierno es nombrando en el mismo acto a otro para que ocupe su lugar.
Cuando, en 1978, los españoles hicimos nuestra Constitución, había una preocupación sincera por evitar que la democracia trajera consigo la inestabilidad gubernamental. Nosotros, como muchos europeos, también habíamos visto nuestra democracia derrotada a manos del fascismo, y, a diferencia de ellos, habíamos estado cuarenta años de más escuchando que sin mano dura de por medio no había quien nos gobernara. Para entonces, la moción de censura constructiva llevaba mucho tiempo funcionando en otros lugares de Europa. Así que la copiamos.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, están ganando popularidad mociones de censura nada constructivas, que formalmente se presentan con la idea de sustituir un presidente por otro, pero bajo la promesa de que este, una vez en el poder, se limitará a convocar anticipadamente otras elecciones, que es precisamente lo que la Constitución pretende evitar. Aunque la experiencia reciente confirma que el candidato así elegido suele olvidar más pronto que tarde lo prometido, lo cierto es que ese tipo de mociones son un auténtico fraude a la Constitución. Y lo realmente grave es lo que enseña la experiencia más lejana: que pueden ser una vía para introducir más inestabilidad en el sistema constitucional, haciendo que incrementen su popularidad los que quieren convencernos de que la democracia hace a los países ingobernables. También en ese sentido pueden llegar a ser mociones de censura verdaderamente destructivas.
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