Elogio del bipartidismo
(Publicado en Málaga Hoy y el resto de las cabeceras del grupo Joly Andalucía el 16 de Noviembre de 2014)

¿Deberíamos felicitarnos de que nuestro país (si realmente
esa tendencia se consolida) se aleje del bipartidismo? En un breve elenco de lo
que podría echarse de menos deberíamos situar bienes tan importantes como la
gobernabilidad, la posibilidad de que sean los electores con su voto y no los
partidos con sus pactos los que decidan quién estará al frente de los gobiernos
y la puesta en práctica de una saludable alternancia en el poder.
No soy yo el único en apreciar las bondades del bipartidismo:
el mismo Pablo Iglesias coincide conmigo. Ya sé que el secretario general de Podemos
no se ha pronunciado expresamente a su favor sino que, por el contrario, lo
denosta por haberse convertido en un refugio cómodo para la casta, que es cómo
define a nuestra clase política. Pero es el mismo Iglesias que responde cada
vez que le preguntan que su partido aspira a aglutinar un gran consenso social
y convertirse en alternativa de gobierno, para lo que es necesario, claro está,
ganar primero las elecciones generales, se supone que por mayoría absoluta. Ésa
es la primera pata del bipartidismo: un partido con apoyo parlamentario
suficiente como para gobernar en solitario. También es de suponer que Iglesias
no tiene en mente un sistema de partido único y que la oposición a su gobierno la
ejercería uno de los partidos que hasta ahora ha conseguido poner al inquilino
de La Moncloa, que contaría con una expectativa razonable de volver a ocuparla a
medio plazo. Ésa es la segunda parta del
bipartidismo, un partido fuerte en la oposición capaz de disputar el poder al
que lo tiene en ese momento. Convengamos, pues, que al líder de Podemos no le
gusta este bipartidismo, es decir, el protagonizado por el PP y el PSOE, pero
le encantaría otro que le permitiera ganar con comodidad las elecciones.
El bipartidismo no es sólo un formato, sino que (ésa es otra
de sus ventajas), suele traer consigo importantes efectos políticos
sustantivos: como los dos grandes partidos que se disputan el poder saben que
la única forma de ganarlo es conquistar el electorado situado más al centro, el
sistema potencia una fuerte dinámica centrípeta. Cuando ésta sabe aprovecharse
bien, las políticas públicas del país pueden oscilar en el espectro ideológico
sin poner en riesgo las que exigen una planificación a largo plazo o los
grandes consensos que deben dictar las políticas de Estado, que se hacen así compatibles
con los deseos de alternancia del electorado.
Hay que reconocer, sin embargo, que esta tendencia
centrípeta es también el origen de algunos de sus inconvenientes: la búsqueda
del centro se hace a veces tan obsesiva que los dos partidos que se alternan en
el poder acaban pareciéndose demasiado. Cuando el electorado percibe que las recetas
de ambos sólo se diferencian en los detalles pueden ocurrir dos cosas: si, con
todo, esas políticas funcionan razonablemente, la inclinación del voto puede
depender de esos detalles, que se convierten entonces en decisivos (y que no
tienen por qué ser de entidad menor: por ejemplo, despertar mayor confianza en el
electorado o exhibir mayores dosis de honestidad o competencia). Cuando, además
de cancelar las diferencias entre las dos principales opciones, las políticas
públicas no funcionan, el modelo entra en crisis. Esto último es lo que, en mi
opinión, nos está pasando ahora. Ahora bien, ello no ocurre porque nuestros dos
grandes partidos hayan cancelado sus diferencias por su excesivo celo en la
búsqueda de su espacio en torno al centro político, sino más bien al contrario:
porque ambos lo ha abandonado.
Un sistema bipartidista no está necesariamente ligado a las
siglas de un partido. Si el PSOE no reconquista el espacio de centro izquierda,
un Podemos que lograra realmente consolidarse tal como parecen augurar las
encuestas podría llegar a ser la nueva cara de nuestra socialdemocracia, y la
coleta de Iglesias el nuevo icono que sustituiría la vieja chaqueta de pana de
González. Más incierta parece la posibilidad de que UPyD consiga ocupar el
espacio de centro derecha al que no parece querer volver el PP. El tiempo lo
dirá, pero no hay que descartar que ambos lleguen a convertirse en los dos
grandes protagonistas de un remozado sistema bipartidista.
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