Responsabilidad política y responsabilidad penal
(Publicado en Diario SUR de Málaga, el 2 de junio de 2016)

El auto sobre Chaves y
Griñán es un buen ejemplo de esta paradoja. Por un lado, sus efectos penales
son más bien modestos. Contrariamente a lo que se dice, ni se ha dictado auto
de procesamiento ni mucho menos se ha ordenado la apertura del juicio oral. Cierto
que el juez ha decidido inculpar a los dos expresidentes por graves delitos.
Pero ahora serán el Fiscal y las acusaciones (los únicos constitucionalmente
habilitados para ello) los que solicitarán, o no, que se les procese, y sólo
después de escuchar a estos y a las defensas el juez decidirá, o no, sentarlos
en el banquillo. Contando con los recursos que pueden interponerse en el
camino, hay que afirmar que éste se encuentra, si se produce, aún lejos. Por
supuesto, su eventual resultado no sólo está más lejano, sino que es aún más
incierto, pues, afortunadamente de nuevo, en nuestro país a los juicios se
entra como inocente, e inocente se debe salir a no ser que en las sesiones del
mismo se demuestre la culpabilidad del acusado ante unos órganos judiciales
distintos del que dirigió la investigación contra nosotros.
Mientras tanto, si el
investigado o inculpado ejerce funciones públicas, la responsabilidad política
que se ha ido generando obedece a parámetros muy distintos: no se dirime en
Derecho, sino en el aún más proceloso terreno de la opinión pública, donde, mal
que nos pese, a todo aquel que ostenta un cargo público se le considera siempre
culpable de algo, en el mejor de los casos de haberse dejado engañar. A pesar
de su diferente naturaleza, un error común entre nosotros es empeñarnos en hacer
depender la responsabilidad política de la penal. No debe ser así: hasta el más
inocente de los políticos debe estar dispuesto a dejar la vida pública si pierde
la confianza de sus conciudadanos. Por supuesto que nadie confía en alguien que
ha sido declarado culpable de un hecho delictivo, pero todos conocemos a mucha
gente en la que confiamos más bien poco a pesar de que no han cometido ninguno.
Son los jueces, y no la opinión pública, los únicos que pueden mandar a un
ciudadano a la cárcel. Pero los ciudadanos, y no los jueces, deberían ser los
únicos que podrían mandar a un político a su casa.
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