De las urnas al Parlamento





Se suele decir que las elecciones son la fiesta de la democracia, pero en la política democrática el Parlamento juega un papel tan importante, al menos, como el de las urnas. De hecho, las tres tazas de pluralismo parlamentario que nos ha servido el electorado andaluz en las elecciones del pasado domingo han originado una previsible paradoja: la atractiva receta de 'más poder para el pueblo y menos para los políticos' ha terminado desembocando en su contrario. El pueblo ha hablado, pero ahora es el Parlamento (ese sitio donde se sientan los políticos) el que tiene la auténtica llave de la gobernabilidad. La primera cuestión que plantea el resultado electoral es, pues, si la Cámara andaluza sabrá estar a la altura de la responsabilidad que recae sobre sus escaños. Esperemos que sí, pero lo cierto es que para conseguirlo deberá superar serios obstáculos.
(Publicado en Málaga Hoy el resto de las cabeceras del grupo Joly Andalucía el 24 de Marzo de 2015)


Probablemente el más importante será saber frenar el continuo deterioro que ha venido sufriendo la institución parlamentaria en nuestro país. Acostumbrados a ciclos políticos en los que a las mayorías absolutas se sucedían pactos cocinados a sus espaldas, nuestros parlamentos, tanto los autonómicos como las Cortes Generales, han terminado desatendiendo sus importantísimas funciones constitucionales, particularmente una que tiene incluso más trascendencia que la de gobernar, que es controlar a los que gobiernan. La solvencia de los propios parlamentarios (todos esos desconocidos que integran las listas electorales y a los que usted, como yo, les acaba de otorgar un escaño con su voto) no ha sido un factor ajeno a ese deterioro. Sin embargo, no veo otro modo de gestionar positivamente el resultado electoral que el fortalecimiento del Parlamento, que debe encontrar la difícil receta que le permita controlar eficazmente al gobierno al mismo tiempo que evita una crisis de gobernabilidad.
Tanto el Gobierno como la oposición tienen mucho que aprender si queremos que nuestro sistema político no salga mal parado del veredicto del electorado. El problema es que ni nuestra cultura política facilita esa tarea ni nuestra clase política está suficientemente entrenada para pactos estables entre grupos con posturas políticas enfrentadas, algo que supimos hacer al comienzo de nuestra denostada Transición pero que, precisamente por el éxito del bipartidismo, dejó de ser necesario después. En el Estado siempre hemos tenido gobiernos monocolores, y las experiencias de pactos de legislatura o gobiernos de coalición en las comunidades autónomas, la última el malogrado Gobierno bipartito andaluz abruptamente fenecido con la convocatoria anticipada de elecciones, se han limitado, por lo general, a un mero intercambio de consejerías (y de todo el personal subalterno asociado a cada una de ellas) que frecuentemente han terminado con acusaciones recíprocas de deslealtad.
La actual coyuntura política añade otro obstáculo de relevancia: la contaminación ambiental que introduce el calendario electoral que se nos viene encima. Si realmente quiere recuperar su papel institucional, el nuevo Parlamento andaluz debería evitar convertirse en un escenario más de la continua campaña electoral en la que estamos instalados, algo que inevitablemente ocurrirá si los grupos parlamentarios andaluces se embarcan en una polarización artificial encaminada tan sólo a incidir en los resultados de la elecciones municipales y autonómicas que se encuentran a la vuelta de la esquina y de las generales que ya se otean en el horizonte.
Una opción a descartar debería ser que, para evitar esa contaminación, se paralizaran o se retrasaran más de lo debido las diversas votaciones que otorgarán la investidura, previsiblemente por mayoría simple tras la primera votación en la que se exige la mayoría absoluta, al nuevo presidente andaluz. La práctica parlamentaria exige que sea la candidata de la lista más votada la que intente en primer lugar obtener la confianza parlamentaria, pero nada dice el Estatuto de Autonomía de cuándo debe presentar su propuesta. El Estatuto, como la Constitución, sólo ordena que si no hay nuevo Gobierno trascurridos dos meses de la primera votación se disuelva la Cámara y se convoquen nuevas elecciones (uno de los peores escenarios posibles), pero no regula en qué momento esa primera votación debe tener lugar. La sabia decisión de dejar indeterminado ese plazo ha permitido en el pasado que, cuando ha sido necesario, las negociaciones para alumbrar un nuevo Gobierno se hayan prolongado durante un tiempo considerable. Pero el riesgo claro es que se extienda más de lo preciso por razones ajenas a las que justificaron la convocatoria electoral.
En fin, sólo los aguafiestas advierten contra los excesos cuando el baile está en todo su esplendor. Pero ahora que las urnas se han cerrado ha llegado el momento de llamar a la responsabilidad de los elegidos. Del mayor o menor acierto en las decisiones que tomen en los días que se acercan dependerá que sea más o menos prolongada la resaca del banquete del domingo


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