Ejercicio de Ucronía



( Publicado en Diario SUR de Málaga  el 9 de febrero de 2020) 



Ucronía: 1. f. cult. Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder (DRAE)
Esta semana hemos asistido a la solemne sesión de apertura de la legislatura en el Congreso de los Diputados. Con el ceremonial acostumbrado, el Presidente de la República se ha trasladado en coche descubierto desde el Palacio Presidencial de la plaza de Oriente hasta las Cortes. En la puerta de los leones, que se abre solo en las grandes ocasiones, le esperaban el Presidente del Gobierno, la Presidenta del Congreso, la del Senado y demás autoridades, todos bajo gallardetes amarillos, rojos y morados, los colores de la República. Antes de entrar en el hemiciclo, el Presidente de la República ha pasado revista, bajo los acordes del Himno de Riego, a un Escuadrón de la Guardia de Honor Presidencial. Después, se han disparado 21 salvas de cañón.
Pese a tantos oropeles, hay que reconocer que los últimos años han dañado considerablemente la imagen de la IIIª República Española. Los estragos de la crisis económica y los escándalos financieros que han rodeado a la familia del Presidente (su cuñado se encuentra cumpliendo condena por serios delitos financieros), han hecho mella en nuestra opinión pública. Por si fuera poco, los sectores independentistas no le perdonan el discurso presidencial a la Nación con ocasión del referéndum convocado ilegalmente en Cataluña, donde hizo una encendida defensa de la Constitución republicana. 
Nunca, desde que al final de la transición se estableciera la República Parlamentaria como forma política del Estado, los sectores monárquicos del país habían conseguido reunir en la calle más que unos miles de seguidores, pero últimamente las banderas rojigualdas han comenzado a ondear en protestas sociales de la más diversa índole. Por eso, a casi nadie ha extrañado que en las recientes elecciones generales los partidos monárquicos, que siempre han sido una minoría en nuestro Parlamento, hayan atraído el voto de un número significativo de electores.
Sin duda alguna, nada de ello ha sido ajeno a la decisión del ex Rey Juan Carlos de renunciar hace unos años a sus derechos dinásticos en la figura de su hijo Felipe. Su discurso de renuncia (si hubiera sido un monarca reinante, lo propio sería hablar de abdicación), retransmitido en directo en streamingdesde su residencia en Roma, ha sido probablemente la alocución pública del exMonarca más seguida desde que partiera hacia el exilio tras el resultado del referéndum constitucional de 1978. Aunque, en estos cuarenta años, se ha dirigido varias veces a los españoles (la más recordada, el mensaje dirigido a José María Aznar, cuando éste era Presidente de la República, para mostrar sus condolencias por el atentado yihadista de Atocha), la verdad es que cada vez menos gente le prestaba atención. La renuncia a favor del príncipe de Asturias – como gustaba en denominarse, pese a la oposición reiterada del Parlamento de aquella Comunidad Autónoma - ha traído consigo, sin embargo, un cambio significativo. Felipe, denominaciones protocolarias al margen, nunca ha estado mal visto por un amplio sector de la sociedad española (el más joven), que incluso contempló con simpatía como se le concedió por 24 horas permiso de entrada en el territorio nacional para celebrar en Madrid su enlace con una conocida periodista de la Televisión Nacional Republicana. 
El caso es que la mezcla de todos estos acontecimientos (la crisis, la sorpresiva renuncia a los derechos dinásticos, las simpatías que el monarca en el exilio despierta en algunos sectores de la población y los resultados de las elecciones,) han hecho reverdecer los movimientos que propugnan la restauración monárquica en nuestro país. 
Es en ese contexto en el que debe explicarse la actitud de un buen número de diputados del Congreso que en el día de la solemne apertura de la legislatura decidieron ausentarse como protesta por la presencia del Presidente de la República. Todos ellos han firmado un manifiesto proclamando que "esta República no nos representa". Se quejan de que, al final de la dictadura franquista, no se dejó al pueblo optar por un régimen monárquico o uno republicano, olvidando sin embargo que la forma republicana se estableció por la nueva Constitución de 1978, que contó con un amplísimo apoyo popular cuando fue sometida a referéndum.
Hasta aquí, nada que objetar: nuestra Constitución no ha blindado, como otras (la alemana, la italiana, la francesa) la forma republicana del Estado, y, en lo que sin duda es un claro ejercicio de democracia, permite plantear una reforma constitucional encaminada a restaurar la monarquía en España. Pero una cosa es presentar argumentos a favor de la monarquía y otra muy distinta propugnar su restauración con discursos demagógicos que pretenden defender que república y democracia son incompatibles. Cierto que todas las monarquías de nuestro entorno se encuentran entre las más prósperas democracias y que hay un buen número de repúblicas en el mundo donde el poder se ejerce de manera dictatorial. Pero flaco favor le hace a la monarquía los que creen defenderla con argumentos que no pueden dejar de calificarse de irrisorios. Es de temer que empecemos por proclamar que sólo la monarquía es compatible con la democracia y terminemos por echarle la culpa a la República de todo lo malo que nos sucede, desde las cifras del paro hasta la cada vez más odiada corrupción.
Es posible que algún día la monarquía se instaure de nuevo en nuestro país. Pero no debería hacerse con argumentos tan demagógicos como los que se han oído estos días en las Cortes.

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