Los puentes de la Constitución
Puede que usted llame a este largo fin de semana que estamos disfrutando el puente «de la Constitución». Y es curioso, porque esa fue, precisamente, la intención con la que nació la Constitución en 1978: tender un generoso puente que permitiera la reconciliación entre millones de españoles que vivían separados en las dos orillas en las que el país había quedado dividido después de tres años de guerra civil y cuarenta de dictadura. El objetivo se consiguió gracias a que la inmensa mayoría de aquellos españoles aprobó el nuevo texto constitucional de manera entusiasta en el referéndum del que anteayer se cumplieron 46 años. Fue su modo de decir que querían vivir en libertad, en una democracia en la que pudieran caber todas las opiniones y bajo un sistema político como los de la Europa a la que tanto ansiábamos incorporarnos.
En el hemiciclo de aquellas Cortes constituyentes se sentaron monárquicos y republicanos, franquistas y antifranquistas, ganadores y perdedores de la guerra civil. Personas de tan distintas procedencias supieron ponerse de acuerdo en el texto que trajo la democracia a nuestro país. El mayor protagonismo fue para los miembros de la ponencia constitucional, los siete «padres de la Constitución»: Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Gabriel Cisneros y José Pedro Pérez-Llorca, de la Unión del Centro Democrático; Gregorio Peces-Barba, del Partido Socialista Obrero Español; Jordi Solé Tura, del Partido Comunista de España; Miquel Roca i Junyent de la Minoría Catalana; y Manuel Fraga Iribarne, de Alianza Popular. Cinco de ellos hace tiempo que ya no están entre nosotros. Miguel Herrero y Miquel Roca serán investidos pasado mañana doctores honoris causa por la Universidad de Málaga, que rinde así homenaje a dos de los artífices del consenso constitucional.
Puede que usted llame a este largo fin de semana el puente «de la Inmaculada». Y es curioso, porque otro de los puentes que supo tender la Constitución fue entre los españoles que se confesaban católicos, durante muchos años la religión oficial de la dictadura, y los que profesaban otras o ninguna religión. Que una festividad laica y otra religiosa, separadas como quiere la Constitución que estén la Iglesia y el Estado, se alíen sin embargo para darnos unos días extra de ocio a los que nadie parece poner reparos nos ofrece otro sugestivo ángulo para observar los diversos puentes por los que nos invita a transitar la Constitución.
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