Elogio del bipartidismo



(Publicado en Málaga Hoy el resto de las cabeceras del grupo Joly Andalucía el 16 de Noviembre de 2014)

Permítame que le hable de las ventajas del bipartidismo, que de las desventajas seguro que ya está usted al tanto, pues, como en tantos otros aspectos de nuestra vida pública, han ido saliendo a la superficie a medida que ha ido arreciando la crisis económica. Tanto, que todo el mundo airea, con razón, su principal defecto: en un sistema bipartidista las voces más novedosas y críticas tienen grandes dificultades para hacerse oír, porque éstas suelen ser, al menos durante un tiempo, minoritarias. Los datos apuntan a que también los electores españoles han decidido darle la espalda, pues el porcentaje de votos que ha apoyado a los dos grandes partidos ha bajado del 73% de las anteriores elecciones generales al 49% de las pasadas europeas, y hoy se muestra más bajo aún según las encuestas.

¿Deberíamos felicitarnos de que nuestro país (si realmente esa tendencia se consolida) se aleje del bipartidismo? En un breve elenco de lo que podría echarse de menos deberíamos situar bienes tan importantes como la gobernabilidad, la posibilidad de que sean los electores con su voto y no los partidos con sus pactos los que decidan quién estará al frente de los gobiernos y la puesta en práctica de una saludable alternancia en el poder.

No soy yo el único en apreciar las bondades del bipartidismo: el mismo Pablo Iglesias coincide conmigo. Ya sé que el secretario general de Podemos no se ha pronunciado expresamente a su favor sino que, por el contrario, lo denosta por haberse convertido en un refugio cómodo para la casta, que es cómo define a nuestra clase política. Pero es el mismo Iglesias que responde cada vez que le preguntan que su partido aspira a aglutinar un gran consenso social y convertirse en alternativa de gobierno, para lo que es necesario, claro está, ganar primero las elecciones generales, se supone que por mayoría absoluta. Ésa es la primera pata del bipartidismo: un partido con apoyo parlamentario suficiente como para gobernar en solitario. También es de suponer que Iglesias no tiene en mente un sistema de partido único y que la oposición a su gobierno la ejercería uno de los partidos que hasta ahora ha conseguido poner al inquilino de La Moncloa, que contaría con una expectativa razonable de volver a ocuparla a medio plazo. Ésa es la  segunda parta del bipartidismo, un partido fuerte en la oposición capaz de disputar el poder al que lo tiene en ese momento. Convengamos, pues, que al líder de Podemos no le gusta este bipartidismo, es decir, el protagonizado por el PP y el PSOE, pero le encantaría otro que le permitiera ganar con comodidad las elecciones.

El bipartidismo no es sólo un formato, sino que (ésa es otra de sus ventajas), suele traer consigo importantes efectos políticos sustantivos: como los dos grandes partidos que se disputan el poder saben que la única forma de ganarlo es conquistar el electorado situado más al centro, el sistema potencia una fuerte dinámica centrípeta. Cuando ésta sabe aprovecharse bien, las políticas públicas del país pueden oscilar en el espectro ideológico sin poner en riesgo las que exigen una planificación a largo plazo o los grandes consensos que deben dictar las políticas de Estado, que se hacen así compatibles con los deseos de alternancia del electorado.

Hay que reconocer, sin embargo, que esta tendencia centrípeta es también el origen de algunos de sus inconvenientes: la búsqueda del centro se hace a veces tan obsesiva que los dos partidos que se alternan en el poder acaban pareciéndose demasiado. Cuando el electorado percibe que las recetas de ambos sólo se diferencian en los detalles pueden ocurrir dos cosas: si, con todo, esas políticas funcionan razonablemente, la inclinación del voto puede depender de esos detalles, que se convierten entonces en decisivos (y que no tienen por qué ser de entidad menor: por ejemplo, despertar mayor confianza en el electorado o exhibir mayores dosis de honestidad o competencia). Cuando, además de cancelar las diferencias entre las dos principales opciones, las políticas públicas no funcionan, el modelo entra en crisis. Esto último es lo que, en mi opinión, nos está pasando ahora. Ahora bien, ello no ocurre porque nuestros dos grandes partidos hayan cancelado sus diferencias por su excesivo celo en la búsqueda de su espacio en torno al centro político, sino más bien al contrario: porque ambos lo ha abandonado.

Un sistema bipartidista no está necesariamente ligado a las siglas de un partido. Si el PSOE no reconquista el espacio de centro izquierda, un Podemos que lograra realmente consolidarse tal como parecen augurar las encuestas podría llegar a ser la nueva cara de nuestra socialdemocracia, y la coleta de Iglesias el nuevo icono que sustituiría la vieja chaqueta de pana de González. Más incierta parece la posibilidad de que UPyD consiga ocupar el espacio de centro derecha al que no parece querer volver el PP. El tiempo lo dirá, pero no hay que descartar que ambos lleguen a convertirse en los dos grandes protagonistas de un remozado sistema bipartidista. 

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