Conservar la Democracia

( Publicado en Diario SUR de Málaga, y otras cabeceras del Grupo Vocento, el 27 de septiembre de 2019)    



LA ANÉCDOTA ES bien conocida, y tan buena que merece ser cierta. En septiembre de 1787, la convención constitucional, que llevaba meses reunida, alcanzó por fin un acuerdo sobre el texto de la que iba a ser la nueva Constitución de los Estados Unidos. Al conocer la noticia, una tal señora Powell salió al encuentro de uno de sus miembros más prestigiosos, el ya por entonces octogenario Benjamín Franklin, al que abordó en plena calle cuando salía del salón de sesiones. «Dígame, doctor Franklin» - le preguntó - «¿Qué nos han dado ustedes, una Monarquía o una República?». Franklin le respondió: «Una República, señora Powell… si es que sabe usted conservarla».

¡Cuánta razón llevaba! Nosotros, el pueblo, somos los únicos que podemos conservar la Constitución, los únicos que podemos mantener viva nuestra democracia. Afortunadamente, esta no depende de los políticos, a los que temporalmente ponemos a nuestro servicio al frente de las instituciones. Todo lo contrario: si se piensa bien, la Constitución está ahí precisamente para protegernos de ellos. Así que la respuesta del viejo Franklin vale hoy lo mismo que entonces, y nos interpela a los españoles de ahora del mismo modo que hizo aquel día con su vecina de Filadelfia.

Nosotros, el pueblo, hemos sido de nuevo llamados a las urnas el próximo 10 de noviembre. Generalmente, votamos preguntándonos qué partido nos representa mejor, qué candidato creemos más capacitado, que políticas públicas nos parecen más idóneas para el bienestar general. En esta ocasión, sin embargo, deberíamos acudir a votar con otro planteamiento. Por segunda vez en cuatro años unas Cortes elegidas por nosotros no han sido capaces de cumplir su primera y probablemente más importante misión, investir a un presidente del Gobierno. Es por ello que esta vez deberíamos ir a votar preguntándonos, sobre todo, cómo nuestro voto podría contribuir a resolver esta grave crisis institucional. Ese sería el mejor modo, creo, de conservar la democracia. 

Es importante una precisión: no se trata de «salvar» la democracia, se trata, más modestamente, ya se ha dicho, de «conservarla». Afortunadamente, nuestro sistema constitucional no está en peligro. Se encuentra, sin embargo, acusando un progresivo deterioro. Es este proceso de degradación el que debe preocuparnos. Los riesgos mayores a los que se enfrentan las democracias contemporáneas no provienen de golpes de Estado a la vieja usanza, que interrumpen de forma brusca y a veces sangrienta la convivencia en libertad. Por el contrario, surgen de lentos y a veces sutiles procesos de degeneración que, casi sin darnos cuenta, conducen a transformar el sistema democrático en una forma política híbrida y distinta, llámese «dictablanda» o «democradura», caracterizada por la legitimación plebiscitaria del poder, el mal funcionamiento de los frenos y contrapesos mediante los que el derecho, con la Constitución al frente, pone límite a los que ejercen funciones públicas y el estrechamiento, hasta hacerlo casi insignificante, del espacio donde ejercemos nuestras libertades, sobre todo las que protegen a los grupos minoritarios. Conservar nuestra democracia significa, en ese contexto, poner freno al riesgo de que esos males se instalen definitivamente entre nosotros y terminen triunfando a medio plazo, poniendo así fin al modelo de convivencia política que la Constitución garantiza. 

No es fácil traducir ese noble empeño en una papeleta electoral. En mi opinión, conservaríamos mejor la democracia votando a quien menos hubiera menospreciado la decisión que nosotros, el pueblo, tomamos el pasado abril, pues la repetición electoral, contemplada en la Constitución como un remedio extraordinario, no debe tomarse como una vía para mejorar los propios resultados. A quien diera mejores muestras de comprender que el nuevo pluralismo que nosotros, el pueblo, hemos decidido llevar al Parlamento exige llegar a pactos con los adversarios políticos, pues en el nuevo formato de partidos el acuerdo entre rivales es el único modo de generar un gobierno estable. A quien, durante la campaña que se avecina, mejor consiga contagiarnos la autenticidad que solo logra transmitir aquel que de verdad cree en los argumentos que esgrime ante el electorado, pues nosotros, el pueblo, necesitamos líderes al servicio de la nación, no actores al servicio del papel que en cada momento hayan decidido interpretar. 

Alcancé la mayoría de edad el mismo año en el que se aprobó la Constitución. Fue entonces cuando los hombres y mujeres que eligieron nuestros padres tomaron la determinación de llegar a un compromiso sobre lo básico, para que a partir de entonces pudiéramos discrepar en libertad sobre todo lo demás. Desde que conocí la anécdota sobre Franklin, de vez en cuando me gusta fantasear con que me encuentro con alguno de aquellos diputados a la salida del Congreso el mismo día en el que por fin alcanzaron un acuerdo sobre el texto de la que iba a ser la mejor Constitución de nuestra historia, y, atreviéndome a emular a la señora Powell, lo abordo para preguntarle por el tipo de régimen político que habían decidido para mi país. El próximo noviembre iré a votar recordando la respuesta que tantas veces he escuchado en mi imaginación: «una democracia, muchacho. Si es que sabes conservarla».

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