Desacelerarse

 



(Publicado
 en Diario SUR
 de Málaga 
el 24 de julio de 2022)

Las reglas del juego (XLV)         

                                                                                                


    El coreano Byung-Chul Han, que ha conseguido coronarse como filósofo de moda a pesar de un nombre que para nosotros suena más a caballero Jedi, incluye entre las notas del mundo desarrollado una aceleración cada vez más intensa. Acierta de pleno (y eso que seguramente ignora que en nuestro país ya es posible por estas fechas comprar lotería de Navidad). En el caso del sistema político, se trata más bien de una hiperaceleración.

    Hubo un tiempo en el que incluso las leyes tenían vacaciones: la vacatio legis. Eran vacaciones atípicas, pues se disfrutaban antes, y no después, de que se hubieran puesto a trabajar. Una vez aprobada y publicada, la Ley se tomaba un tiempecito antes de entrar en vigor, y había que esperar a que terminara ese período vacacional para que empezara a surtir efectos. No eran vacaciones excesivas, estaban más cercas del estándar nórdico que del meridional: por lo general, por no más de veinte días, si bien en casos excepcionales podían llegar a permitirse unas semanas, o incluso meses, adicionales.

    Aunque el Código Civil lo sigue disponiendo de la misma manera, lo cierto es que la vacatio legis ya no es lo que era. En un tiempo en el que leyes y decretos con valor de ley se suceden a velocidades solo equiparables con lo que tarda la oposición en anunciar que serán derogados o modificados, la urgencia, a veces real y a veces no tanto, exige también que entren en vigor en cuanto son publicadas. Pero la calidad de las leyes, como de todas las obras humanas, depende en gran medida de la atención que se les dedica, así que no es de extrañar que, al tiempo que tenemos cada vez más normas, estas presenten cada vez mayores deficiencias.

    Afortunadamente, quedan todavía espacios de resistencia, sitios y momentos en los que podemos temporalmente guarecernos de la hiperaceleración que nos circunda. Nada mejor para ello que el verano sociológico, esa estación del alma que está a punto de aparecer y que algunos nos tomamos como un lapso de tiempo uniformemente desacelerado, una especie de muy merecida jornada de reflexión de treinta días después de una continua campaña electoral de once meses. Si es de los afortunados que puede disfrutarlo, no lo dude: provéase de buena compañía, un puñado de libros apropiados para la ocasión y búsquese un sitio, a ser posible no muy lejos de la playa, para desacelerarse. ¡Buenas vacaciones!

 



 

 

 

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