Democracia (british style)

(EFE/Jessica Taylor)


(Publicado en Diario SUR de Málaga el 23 de enero de 2022)


Las reglas del juego (XXXII)         




    De las distintas tradiciones de las que bebe el constitucionalismo, la anglosajona es la más antigua, y probablemente la más sólida. En la semana que ahora termina tanto el Reino Unido como Australia han dado buenas muestras de ello. 

   En Londres, hemos visto al primer ministro sometido a un intensísimo control parlamentario a causa de las fiestas clandestinas que se celebraron en su residencia oficial; eran clandestinas porque, cuando tuvieron lugar, ese tipo de celebraciones estaban prohibidas por las medidas dictadas por el propio Gobierno para luchar contra la pandemia de Covid-19. En Melbourne, hemos visto a uno de los mejores tenistas del mundo detenido, después liberado y finalmente deportado cuando se disponía a jugar el open de Australia (y, probablemente a ganarlo) porque el Gobierno, primero, y un tribunal de apelación, después, han entendido que había vulnerado las reglas que, también con el propósito de impedir la propagación de la pandemia, se habían establecido para entrar en el país. 

   En ambos casos se trata de prácticas dignas de imitación, pues proporcionan buenos ejemplos de cómo funcionan las democracias consolidadas. Una democracia consolidada es aquella en la que su Parlamento se toma en serio su papel de controlar al Gobierno y sus jueces se toman en serio que la Ley es igual para todos. 

   Ahora bien, ni nuestras costumbres parlamentarias ni nuestras normas de frontera son las mismas, así que conviene precisar en qué deberíamos intentar parecernos a australianos y británicos. No se trata de que nuestros diputados deban pedir en el Congreso la dimisión del presidente del Gobierno del mismo modo que se ha pedido la de Boris Johnson en la Cámara de los Comunes, ni de que nuestros jueces deban decidir sobre la deportación de Novak Djokovic si intentara entrar en España del mismo modo que han hecho en Australia. Lo que deberíamos procurar emular es la transparencia e independencia de criterio que han mostrado los jueces australianos y la fortaleza institucional de la que hace gala el Parlamento británico. Pero aplicando no las suyas, sino nuestras propias reglas.




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