Democracia de partidos

 

(Publicado en Diario SUR de Málaga el 20 de febrero de 2022)


Las reglas del juego (XXXIV)         


 

 


    Hubo un momento, al comienzo del constitucionalismo, en el que la aparición de los partidos se vio como un riesgo para el ideal de imponer frenos y contrapesos al poder con el que nacieron las nuevas constituciones. Cuando los partidos pasaron de ser clubes de las élites a formaciones en las que sectores cada vez más amplios de la población se organizaron para luchar por sus derechos, la teoría constitucional acabó aceptándolos, del mismo modo que acabó aceptando que la democracia debía sumarse al liberalismo como segundo pilar básico del Estado constitucional. Luego, llegó su momento de auge. Gracias a ellos, millones de personas a las que se les había reconocido el derecho al voto cuando el sufragio se hizo por fin universal, encontraron una vía para que el sistema político pudiera dar entrada a sus reivindicaciones. Así se convirtieron en imprescindibles.

    Nuestra Constitución dio cuenta de esa realidad, definiéndolos como expresión del pluralismo político e instrumento para la participación, y estableciendo que concurren a formar la voluntad popular, que es el fundamento último de un régimen democrático. Nuestra democracia, como todas las democracias contemporáneas, no se entiende sin los partidos políticos.

    Hace tiempo, sin embargo, que los grandes partidos de masas entraron en crisis. El problema es que aún no se les ha sabido encontrar un sustituto. En el mejor de los casos, han aparecido agrupaciones, mareas, confluencias o partidos meramente instrumentales que de sus antecesores han copiado solo el nombre, pero no los elementos necesarios para funcionar eficazmente (ideales comunes, liderazgo basado en la autoridad, fidelidad al grupo, estructura que asegure su operatividad). En el peor de los casos, los partidos han dado el relevo a líderes carismáticos que nos recuerdan el populismo cesarista del que tan escaldados hemos salido en el pasado.

La fortaleza de nuestro sistema de partidos ha sido hasta ahora signo de la fortaleza de nuestro régimen democrático. Todo hace pensar que mientras más debilidades se le presenten en el futuro, más débil se volverá la propia democracia.

 

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