El Senado, al fin

 


(Publicado
 en Diario SUR
 de Málaga 
el 4 de septiembre de 2022)

Las reglas del juego (XLVI)         

                                                                                                


    El curso político se abre con la expectativa de ver el Senado como escenario de un debate político trascendente: el del presidente del Gobierno y el líder de la oposición sobre el plan de choque ante la emergencia energética. ¿Será esta la ocasión a partir de la cual el Senado asuma, por fin, un papel relevante en nuestro sistema político? Pueden apostar que no. 

    El debate tiene lugar en el Senado solo porque el líder de la oposición no es diputado y ha solicitado enfrentase dialécticamente con el presidente del Gobierno en la única cámara en la que tiene escaño. Tanto la voluntad de Feijóo de contrastar sus propuestas con las de Sánchez como la decisión de este de aceptar el envite son dignas de aplauso, pero no convertirán al Senado en lo que no es.

    El diseño constitucional del Senado nació con deficiencias importantes, que más de cuatro décadas de vida democrática no han podido subsanar. Se justificó como cámara de representación territorial, pero nunca lo fue. No lo es por la representación que ostenta, pues ni los gobiernos autonómicos tienen asiento en su hemiciclo ni los senadores que elegimos los ciudadanos lo son en representación de las Comunidades Autónomas. Tampoco lo es por las decisiones que toma, que sólo inciden en la política territorial de manera excepcional y cuando la Constitución, en coherencia con un modelo que luego resultó fallido, así lo ordena (por eso resultó difícil de comprender que las medidas contra el secesionismo en Cataluña no se votaran en el Congreso).

    Cambiar el Senado ha sido durante mucho tiempo el ejemplo favorito de los que queremos reformar la Constitución para que funcione mejor. En ese empeño se han buscado fórmulas muy imaginativas, pero ninguna, en mi opinión, ha llegado a cuajar. Pero el tiempo no pasa en balde, y cada vez somos más los que pensamos que si este problema no ha encontrado una solución en más de cuarenta años, puede que no lo tenga, o mejor dicho, puede que la solución sea la eliminación del propio Senado. O eso, o le damos ese nombre a otras fórmulas de lo que ahora se llama gobernanza territorial y que sí parece que se van consolidando, como las conferencias sectoriales o las de presidentes autonómicos.

    En lugar de seguir pensando en cómo lograr, por fin, la revitalización del Senado, quizá haya llegado el momento de plantearse, como alternativa, el fin del Senado.

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