Monarquías

  



(Publicado
 en Diario SUR
 de Málaga 
el 18 de septiembre de 2022)

Las reglas del juego (XLVII)         

                                                                                                


   

    Con las Monarquías pasa como con las Repúblicas: las hay de las buenas y de las malas. Las buenas robustecen la democracia y las malas enmascaran dictaduras. Ya desde antes de que Isabel II legara al trono la monarquía británica era de las mejores. Ahora que lo acaba de dejar, es casi seguro que lo seguirá siendo y ello incluso si el reinado del sucesor no lograra igualar al de su madre, pues la fortaleza de una democracia depende en gran medida de su sistema institucional y el británico goza (lo estamos viendo estos días) de una refinada solidez acrisolada por siglos de tradición. 

    Todavía goza de algún predicamento la creencia de que un sistema republicano es, por definición, más democrático que uno monárquico. Como toda creencia, tuvo algo de verdad: hubo un tiempo en el que no había ninguna Monarquía compatible con la democracia, y en el que la idea de instaurar una República era la aspiración natural de todo demócrata. Que no sea así desde hace muchos años es un buen ejemplo de que, como ya nos advirtió Marx, hay ideas que, una vez perdido el sustento que le da la realidad, consiguen subsistir como ideología.

    Es esa inercia, sin duda, la que hace que en algunos manuales de Derecho Constitucional se siga estudiando la Monarquía, en expresión grandilocuente, como «forma de Estado», y no como aquello a lo que, de manera más humilde, ha acabado reducida: una forma de la Jefatura del Estado. Puede parecer un juego de palabras, pero no son términos equiparables: hablar de forma de Estado nos retrotrae a la controversia esencialista de antaño (Monarquía o República, como sinónimos de autoritarismo o democracia); hablar de forma de la Jefatura del Estado nos conduce al debate actual, de un carácter más técnico, en el que la cuestión es si una jefatura del Estado monárquica es más o menos funcional para un determinado sistema democrático. Se trata del mismo plano en el que debatimos sobre las bondades del presidencialismo o del parlamentarismo, o sobre si es mejor un parlamento unicameral o bicameral. 

    Es en ese nivel en el que podría ser fructífero en nuestro país un debate sobre si la Jefatura del Estado debe proveerse por elección o por sucesión. Hay democracias que funcionan envidiablemente bien tanto con un sistema como con otro.

 

 

  

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