Incendiarios de la Constitución

 








(Publicado en Diario SUR de Málaga el 14 de septiembre de 2025)

- Las reglas del juego (XCV) - 

En este verano de los megaincendios y las temperaturas extremas hemos aprendido la diferencia entre pirómanos e incendiarios: los primeros disfrutan haciendo arder el campo, a los segundos no les importa quemarlo con tal de obtener así algún beneficio, como saldar una vieja deuda, resolver por las bravas algún litigo o cobrarse una venganza. Además están los imprudentes, que solo querían incinerar unos rastrojos y acaban abrasando todo el monte. 

Este ha sido también el verano en el que hemos aprendido que los ataques de los que deben defenderse nuestros bosques no son muy distintos de los que se dirigen desde hace algún  tiempo contra nuestra Constitución: la acosan pirómanos, a los que le gustaría que desapareciese; la incumplen incendiarios, a los que no les importa ignorarla si así obtienen rédito político; y la ponen en riesgo imprudentes que siguen votando a unos y otros, asegurándose así que sus políticos preferidos obtienen algún beneficio a corto plazo, porque creen que tenemos una democracia tan asentada que (¡a diferencia de todas las demás!) puede soportar sin deterioro alguno el desprecio de sus reglas por los responsables públicos (con tal que sean de los suyos).

Al igual que en la lucha contra los incendios, la lucha contra los que dañan a la Constitución sólo puede tener éxito combinando las labores de extinción y la de prevención, sin que quepa aquí disputa competencial alguna: de la extinción deben encargarse aquellos a los que la propia Constitución encarga vigilar que no se menoscabe su vigencia, particularmente los tribunales de justicia y el Tribunal Constitucional; de la prevención, todos los demás, particularmente los que tenemos alguna responsabilidad en advertir a la ciudadanía de la inevitable fragilidad del constitucionalismo y de que en la actualidad (sobran los ejemplos en todo el mundo) el mayor riesgo de las democracias constitucionales no es desaparecer de repente, sino ir deteriorándose poco a poco hasta morir por «mil pequeñas heridas» (la nuestra ya tiene unas cuantas).

Aunque las culpas de los ataques a la Constitución están muy repartidas, la responsabilidad mayor recae en sus incendiarios que, al contrario que los pirómanos, que al fin y al cabo tienen claro que quieren acabar con el régimen constitucional, se llevarían las manos a la cabeza si un día vieran arder todas nuestras libertades. Por eso hay que recordarles, ahora que comienza un nuevo curso político, que cada vez que incendian un poco la Constitución hacen que crezca el número de los que votan a los que querrían quemarla por completo. 

 

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