Hipoliderazgo

(Publicado en Diario SUR de Málaga el 26 de diciembre de 2021)


Las reglas del juego (XXX)                     



    


    

    Aunque el liderazgo es esencial en todos los sistemas políticos, los regímenes constitucionales no son muy amigos de liderazgos fuertes: un líder fuerte es un líder con mucho poder, y si hay algo de lo que toda Constitución huye es de la concentración del poder. También el sometimiento al imperio de la ley limita la tendencia del líder político a la exageración, en su sentido etimológico de salirse de la justa medida, pues en una democracia constitucional los líderes solo pueden actuar dentro del territorio de lo que la ley permite. Nadie que ejerza algún tipo de autoridad está libre de la tentación autoritaria, pero para conjurarla la Constitución ha incorporado esos dos excelentes antídotos: el estado de derecho y la separación de poderes.

    Esas prevenciones constitucionales no desaparecen cuando hay que luchar contra una emergencia, por el contrario, se incrementan. Si surge una situación a la que no se pueda hacer frente sin disponer de facultades extraordinarias, la Constitución las otorga, pero ordena al mismo tiempo toda una batería de controles para evitar que se caiga en el autoritarismo. La eficacia que han acabado teniendo los controles que se desplegaron durante el estado de alarma decretado en los primeros tiempos de la pandemia da buena cuenta de ello. 

    En definitiva, nuestra Constitución se encuentra razonablemente bien pertrechada para frenar el hiperliderazgo, que es una de las manifestaciones más conocidas de la deriva populista que acecha hoy a todas las democracias. Lamentablemente, no se puede afirmar lo mismo cuando se trata de oponerse a la otra cara que el populismo presenta en nuestro país: el hipoliderazgo, reflejado en la parálisis decisional que ha aflorado en estos tiempos pandémicos, y que es fruto del temor a tomar iniciativas necesarias pero que pueden mermar la popularidad del líder. En nuestras actuales democracias demoscópicas se teme más a una encuesta desfavorable que a una decisión equivocada. Frente a la sonrojante irresponsabilidad del «esto es lo que debe hacerse, pero mejor hazlo tú» nos encontramos, me temo, constitucionalmente inermes.

 

 

 

 

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